jueves, 25 de marzo de 2010

Las afueras del paraiso

Las afueras del paraiso no tienen horario de cierre. Están preñadas de perdedores, de vagos, de parias: desheredados de la Tierra prometida. Aquí las sombras tienen alas y las esquinas miradas aviesas. Aquí nos reunimos cada noche la flor y nata del desencanto, a cantar y a quemar nuestro último cartucho, con el fuego de aquellos ojos que nos dieron la vida al mirarnos; -su parpadeo fue nuestro infarto-. Aquí, donde la luna vuelve la cara y las hojas que arranca el viento de otoño son de afeitar, celebramos la huida de otro día, con las fiestas del silencio y la comunión de nuestra nada; -días como desgastados-. Aquí nadie llega a viejo, pero ninguno es joven. Los adoquines inmisericordes nos escupen un recuerdo por cada paso en falso. Aquí en los arrabales del paraiso, la lluvia nunca es limpia y siempre cae sobre lo mojado, aunque procura evitar aquellos charcos con devoción de espejo; -lágrimas turbias-. Un día llegó una paloma. Estaba perdida y se ofreció a limentarnos. Pero aquí siempre rechazamos la caridad de las palomas. Los predicadores intentan venir desde hace años a anunciarnos la venida de un Salvador que nos traerá la redención de todos nuestros pecados. Pero la membrana invisible -mugrienta de nuestro lado-, les corta el paso. El pan nuestro de cada día se nos acabo ayer. Mañana nos comeremos a cualquiera. Pasado a otro. Y así hasta que quede sólo uno, que se comerá a sí mismo, y quizás él, con la fuerza de todos, sea capaz de sacarnos al fín de aquí.
DIEGO NAVAJAS

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