domingo, 28 de marzo de 2010

"Almas muertas" de Nikolái Gogol.

Hoy os recomiendo el libro "Álmas muertas" de Nikolái Gogol. Una joyita de la Literatura Universal.
Para acompañar la recomendación, el artículo de Carlos García Gual publicado en Babelia el 30 de Enero de este año.
Almas muertas.
La reciente traducción de Almas muertas (por Pedro Piedras y editada por Akal) rinde el mejor homenaje hispánico a Nikolái Gógol en el bicentenario de su nacimiento. Con este relato inacabado y de corte enigmático, el inquietante ucranio (1809-1852) se presenta como "el fundador de la novela rusa". Almas muertas es el texto de ficción que inaugura la formidable tradición de novelistas eslavos. Antes queda, señero, genial y romántico, Pushkin. Luego vendrán, con nuevos bríos, Turguénev, Dostoievski, Tolstói, Gorki, etcétera. Todos reconocieron la maestría de Gógol, demostrada también en el versátil género del relato corto, como asegura la frase de Dostoievski: "Todos hemos salido de El capote de Gógol". Desde luego, ya en El capote y La nariz fulgura ese humorismo, tan peculiar y sorprendente, que entrelaza fantasía y realismo, sátira y ternura con un estilo rebelde, sinuoso y flexible. Gógol compuso también con sonoro ritmo épico su gran historia de cosacos: Taras Bulba. Pero es en Almas muertas, publicada en 1842, un año después de la muerte de Pushkin (que fue quien le sugirió su argumento), donde culmina su dominio del arte novelesco. El tomo editado era sólo una primera parte (de una prevista trilogía, cuya continuación no se publicaría nunca). Gógol se empeñó en redactarla en los siguientes diez años, pero al final, en un gesto raro y desesperado, quemó lo escrito. Podemos evocar la escena del novelista que, sentado ante la chimenea, va arrojando al fuego páginas y páginas del gran relato, compuesto con tantos esfuerzos en sus últimos años. A continuación, atormentado por sus escrúpulos religiosos, se dejó morir de pena y hambre, a los cuarenta y tres años. Sus últimas palabras cuentan que fueron: "¡Ah, traedme una escalera, pronto, una escalera!". (Cuánta fue su angustia por no lograr reflejar a fondo "el alma rusa" lo comenta muy bien Orlando Figes en El baile de Natacha). En Almas muertas, un tal Chichikov recorre Rusia en su destartalado coche de caballos con el afán de adquirir un número amplio de siervos fallecidos (pero aún no declarados muertos al fisco). Les va comprando a sus propietarios -tipos singulares todos- esas "almas muertas", y, al final, cuando ya parecía triunfante, con su larga lista de "almas compradas", debe huir por el escándalo que suscita su misterioso negocio. La novela comienza con un prólogo, estupendo, en el que Gógol ruega a sus lectores que corrijan sus faltas y le envíen esas correcciones, y concluye con una semblanza de su protagonista, el pícaro y peregrino Chichikov. La trama tiene escenas memorables, y hay en sus estampas ecos de Homero y Cervantes; la más impresionante y famosa es la última: la de la troika rusa trepidante en su galope sin fin por la inmensa estepa blanca. Gógol escribió su novela desde lejos (en Roma y París) y la nostalgia inyecta un extraño fervor lírico a sus evocaciones. Hasta la estructura misma del relato resalta por su originalidad. Se ha escrito que Gógol , con su "realismo fantástico" (o viceversa) es un precursor de Kafka, pero su heredero más directo me parece Bulgákov en El maestro y Margarita. Ese humorismo sentimental y grotesco, que deriva en afilada sátira con sus ribetes surrealistas, no sólo es de una evidente modernidad, sino que da el tono a toda la narrativa rusa posterior, como bien señaló, con su agudeza habitual, Thomas Mann: "Desde Gógol, la literatura rusa es cómica: comicidad de realismo, sufrimiento y piedad, de profunda humanidad, de desesperación satírica, y también de sencilla frescura vital; pero el elemento cómico gogolesco no le falta nunca, en ningún caso". El traductor se ha esmerado en reflejar el estilo original, añade una introducción y unas notas muy cuidadas, y da todos los fragmentos que quedan de la continuación perdida.
Carlos García Gual

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